
Había tardado más de lo normal en llegar hasta allí. De hecho, había calculado el tiempo, y había tardado aproximádamente quince minutos más de la cuenta. Y ahora era incapaz de mover ni un músculo. El aire me golpeaba en la cara y cortaba mi piel y mis ganas de llorar. Traté de dejar mi mente en blanco, a la espera de que no me inundasen los recuerdos como cada vez que pensaba en lo mejor para mí, o lo que yo creía que era lo mejor para mí. Pero, de nuevo, no lo conseguí. Suspiré. Y me sentí idiota. Idiota por pensar que él vendría. Y me abrazaría. Y me diría que no pasaba nada. Que todo había terminado ya. Que me iba a abrazar todo lo que yo quisiera. Y lo que no quisiera, tambien. Pero no. No iba a venir. Me había engañado a mi misma. Y ahora tendría que volver sola a casa. Y comprobar por mí misma que no tenía a nadie a mi lado. Que no me podía aferrar a un clavo ardiendo. Que tenía que abrir los ojos.
Pasé un pie por encima de la barandilla. Luego el otro, y, lentamente, me alejé de aquella zona.
Pasé un pie por encima de la barandilla. Luego el otro, y, lentamente, me alejé de aquella zona.
El llanto se disimula más bajo el agua
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