
mientras el mundo explota.
Conocí a Mario con quince años. Tenía el pelo castaño y unos ojos color café que no te permitían desviar la mirada una vez que te atrapaban. Tenía un cuerpo escultural y unas ganas de vivir fuera de lo común. Con él, era imposible aburrirse, y no recuerdo una tarde a su lado en la que la barriga no me doliera de la risa.
Me llevaba una cabeza y dos años, y nunca imaginé que pudiera haber algo entre los dos hasta que me confesó que me quería.
Solía saltar por la ventana cuando las piedrecillas golpeaban mi ventana, a las doce y dieciséis minutos, para verlo. Él me enseñaba la ciudad por la noche, hasta volver a con el amanecer a la espalda.
-Venecia está llena de misterios -solía decirme antes de inventarse historias de fantasmas, viudas negras y máscaras que escondían a asesinos.
Para mí, él era el mayor misterio, él, y lo que escondía su sonrisa en cada momento.
Y, después, vino la guerra.
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