domingo, 2 de septiembre de 2012

Mi primer amor.

Nunca pensé que tan poquita cantidad de una bebida pudiese quemar tanto. Dejé caer el vaso en la mesa justo depués de aquel largo trago y sentí como me ardía la garganta. Los ojos se me volvieron a empañar de lágrimas y agradecí el ambiente tenue de aquella habitación. Su voz, ronca, áspera, me devolvió a la realidad. Todavía conservo impolutas en la memoria aquellas palabras, resistieron al paso de los años tan puras como mi inocencia aquella noche de octubre. "¿Todavía duele?" fue lo que me dijo. Asentí. El viejo se giró hacia la barra y le indicó al camarero, que me miraba con preocupación, que me pusiera otro vaso. Juraría que, de no haber sido los únicos clientes de aquella noche, se habría negado a hacerlo.

El segundo vaso me supo a fuego.

Al levantar la cabeza, me encontré con sus ojos transparentes, me miraba fijamente. Sonreía. SONREÍA. ¿Por qué demonios sonreía? Quise pegarle un puñetazo, pero me contuve. No sabía hasta qué punto me afectaría aquella substancia. No sé cuánto tiempo tardó en volver a hablar.

-Hijo, hazme caso, no merece la pena.

-¿Y eso cómo lo sabes?-respondí, con agresividad, herido.


-Digamos que sólo hay dos tipos de personas en este mundo: los que dedican su vida a contemplar, y los que la dedican a contemplarse.

2 comentarios:

  1. Cuánto más quema, más cura.
    Estoy completamente segura, pequeña.

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  2. Antonio Gala afirma habitualmente algo muy similar, que en este mundo hay dos tipos de seres humanos; los amantes y los amados.

    Mi experiencia me dice que -pudiendo elegir- es mejor quedarse en el lote de aquellos que de estos.

    Buen trabajo, señorita.

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