
Aquella noche, sin embargo, me decanté por un clásico, y decidí entretenerle con La Bella Durmiente. Él se dio cuenta en seguida, porque levantó la cabeza y me reprochó que si ya estaba yo con esos cuentos tan tristes que me enseñaba la abuela. Cuando, desconcertada, le expliqué que aquel cuento terminaba con un final de los felices, me sonrió, traspasándome con la mirada, y me dijo:
-¿Final feliz, dices? ¿Feliz para quién exactamente?A mi no me engañas. ¿Acaso las perdices son felices en ese cuento? ¡Virgen santa!¡Deben de estar ya en peligro de extinción!
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