jueves, 18 de agosto de 2011

Nunca será demasiado tarde, princesa.

Esperanza no tenía más que el nombre,


además de los pies fríos, y triste la mirada.




Lloraba siempre en la ducha, no para esconderse de los demás, me decía, si no de ella misma, "así, las lágrimas se confunden con el agua que cae sobre mis hombros".




Cuando todo estaba mal, ella daba una fiesta. Invitaba a todos: conocidos y desconocidos, y bailaban hasta el amanecer. Luego se tumbaban a dormir, allí donde estuvieran, ya fuera playa, montaña, casa, jardín o luna llena en pleno agosto.




Fue ella con quien estuve aquella mañana azul de mayo, y no gris u oscura, como se suelen pintar estas escenas, cuando, despues de verme llorar en silencio, me dijo




-Aún a estas alturas, un último esfuerzo siempre valdrá la pena.







Quiero que me digas, amor,



que no todo fue naufragar



por haber creído que amar



era el verbo más bello.



Dímelo,



me va la vida en ello.

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