lunes, 25 de abril de 2011

Ya vienen los hunos...

vamos a

luchar




Me miré al espejo, y me sorprendí al no verme temblando. Me sorprendió mi rostro firme, sin compasión en la mirada. La función estaba a punto de empezar. En la entrada de mi cine ya se amontonaban un montón de...¿personas? NO. Definitivamente no. Los miré, o los desprecié con la mirada. Ellos nunca conocieron el dolor de sobrevivir, nunca conocieron el pánico a no hacerlo, nunca conocieron la incertidumbre de no saber si ibas a morir hoy o mañana, y lo que es peor, nunca conocieron la rabia que produce la injusticia, el no poder hacer nada, el tener que esperar a que otros hagan algo, y hacerlo en vano. Fué entonces cuando vino a mi memoria aquel día, en el que me forzaron a madurar de repente.


Recordé la suciedad sobre todo, cómo nos costaba respirar una pizca de aire entre esos veinte centímetros que fueron durante mucho tiempo mi cielo y mi techo, mi cárcel y mi libertad todo al mismo tiempo. Recordé los escalofríos de mimadre cuando él entró. Y sus pisadas, firmes, seguras, sobre nuestras cabezas. Mi hermano pequeño se pellizcaba una pierna para contener las lágrimas, lo hacía siempre que se ponía nervioso, y yo me tapé con la mano la boca pra no hacer ningún ruído. Él y nuestro encubridor, el residente de la casa, apenas cruzaron unas palabras en francés, y luego comenzaron a hablar en aquel otro idioma, tan desconocido para mí. Fueron unos segundos agónicos, ahí fue cuando comprendí realmente la angustia de lo desconocido. No tenía ni idea de lo que decían. Él hablaba mucho. Casi todo el rato. Y luego se levantó. Se levantó para irse, y mi madre lloraba de alivio. Tres pares de pasos interrumpieron entonces en la casa. Sin lugar a dudas, eran las tres hijas de la casa. Mi familia y yo nos miramos, y nos sonreímos.


Y entonces.


Disparos.


Continuamente.


Sobre ellos.


El ruído me taladraba, y sus cuerpos se retorcían en ese pequeño espacio. No grité. Me quedé completamente paralizada del terror. Nunca voy a olvidar sus cuerpos agujereados tendidos a mi lado, inertes. Y entonces, como un impulso électrico: el impulso de correr. De correr muy rápido. Y me tuve que arrastrar. Me hice varias heridas en las piernas. Pero no paré. Y salí. El sol me cegaba, pero no paré. Mis piernas estaban entumecidas, y apenas notaba el impulso que me daban hacia delante, pero no paré de correr. Su grito me llegó cuando ya estaba lejos, gritó mi nombre. Empecé a llorar. Pensé que estaba perdida, que moriría en los días siguientes, y aún así, corrí.



Y ahora estaba aquí, dispuesta a mostrarles a todos esos cabrones lo que era...


la venganza judía.

1 comentario:

  1. Poner algo en contexto es ir un paso más allá, diciendo que puede ser explicado. Y si puede ser explicado pueden darse razones para apoyarlo.

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