jueves, 14 de abril de 2011

Como el sol de Gallaecia


Hola.

Me llamo Diego, tengo 84 años, y una plaza reservada de metro y medio de largo por medio de ancho en aquel sitio frío a las afueras de Monforte de Lemos. Aquellos que estéis pensando en un cementerio, no reprimais el escalofrío, pues estáis en lo cierto.

Me siento realmente estúpido escribiendo estas líneas. Bueno, estas, y las dos páginas anteriores, acomodadas en la basura de mi escritorio. Y es que no me doy decidido a comenzar con esta historia, porque sé que no voy a poder plasmarla como se merece, y es que nunca he escrito nada, querido desconocido, nada que merezca la pena, ya me entiendes, nada poético, que pudiera hacer que se erice la piel de un adolescente, que se quedara impresa en la memoria más de dos minutos.

Pero una mujer lo puede cambiar todo, ¿no lo crees así? Un día eres fumador, y al día siguiente lo intentas dejar por ella, te molesta que esté triste, te preocupas por su estado de humor...o al menos es lo que a mi me pasó.

Ahora, todo es distinto. Ella ya no me habla. Lo hace otra persona. Me da rabia, porque antes, ella era como el sol de Gallaecia: inesperado. Y quiero, bueno, más bien, necesito contarselo a alguien. Por eso te ruego que sigas leyendo, gran desconocido, para desahogar a este pequeño corazón, que con cada latido se acerca ás al último, que con cada suspiro echa un poquito de alma, que con cada mirada envejece el paisaje.

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