sábado, 19 de marzo de 2011

Hasta las suelas de mis zapatos la echan de menos.

[Se acuerda de quererme cada dos años,

mientras yo me las apaño

para olvidar]


Cuando se va de mis sábanas, nunca lo noto. Y me despierto tarde, mal, arrastro, y, lo que es peor: sin ella. Es lento, muy lento. Primero paso la mano por el hueco que deja, y no hay nada. Agudizo el oído, para probar suerte y oír su respiración, esa que me mantiene noches en vela por el vicio de escucharla. Cuando compruebo que lo único que se oye es mi resaca, cierro mucho los ojos, y recuerdo su rostro la noche anterior. Siempre diferente. Y le doy un puñetazo a la almohada. Y me odio por haberla traído de nuevo a mi casa. Y la odio.

Desayuno odiándola.

Leo el periódico odiándola.

Me ducho odiándola.

Y salgo a la calle odiándola.

La odio durante el día,


y salgo a buscarla de nuevo durante la noche.


Y me sonríe del brazo de otro hombre, para volver a mi cama cuando le apetezca.



Jimena no deshoja la margaritas, por miedo a que le digan todas que sí.

1 comentario:

  1. Me encanta!! Nunca he vivido esa situación pero tal como la describe.. no quiero vivirla (:

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