miércoles, 1 de diciembre de 2010

Este nunca no esconde un ojalá


Era la primera vez que no me sentía cómodo en su presencia. Aquella habitación estaba impregnada de su aroma, el cual se me pegaba al cuerpo e introducía por todos los poros de mi piel embotándome el juicio y nublandome la vista. La única luz que había la emitía una bombilla que colgaba sobre nuestrass cabezas e iluiminaba tenuemente aquel escritorio, que era lo único que nos separaba en aquellos momentos.

Ella parecía tranquila: cruzaba sobre la mesa sus dos piernas, infinitas, vestidas con medias de rejilla las cuales desembocaban en su falda negra. Apenas veía su rostro, pero podía sentir cómo sus ojos azules me traspasaban. Una gota de sudor frío me recorrió la espalda provocándome un escalofrío. Pasó un tiempo hasta que me armé de valor para preguntárselo.


-¿Qué tiene él que no tenga yo?


Lo dije deprisa, corriendo, y apenas sin respirar. Lo sé, sonaba muy peliculero, pero NECESITABA saberlo.


Bajó las piernas para acercarse a la mesa, quedando a milímetros de mi. Contuve el aliento mientras le daba otra calada a aquel cigarrillo y echaba el humo en mi cara.


+Verás. Tú me tapabas de la lluvia, y él se empapa conmigo.


No entendí la respuesta. No era novedad. Nunca logré entender ninguna de las respuestas que ella me dio. Giré la cara.


+ Yo tambien quería preguntarte algo, si me lo permites.


-Adelante.


+¿De veras crees poder matarme con el revólver que llevas en el bolsillo trasero de tu pantalón?

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