Con la espalda mojada no hay nada peor que soñar.

La conocí dos amaneceres antes de que la luna perdiera su nombre. Fue ella la que me enseñó a respirar. Fue quien me enseñó a volar.
Y que las personas dejan marca.
Y las marcas, cicatrices,
y las cicatrices, noches de pupilas dilatadas y pies fríos.
Ella se subió a mi espalda, me acarició el pelo, me besó en la oreja.
Poco a poco, me fui acostumbrando a su presencia.
A su mirada.
A sus suspiros.
A su risa. A su sonrisa.
A sus latidos.
Me gustaba su forma de ser, pero más me gustaba su forma de no-ser. De evadirse de la realidad. De evadirme del mundo.
Y un día acabó,
Y el portazo sonó como un signo de interrogación.
Precioso Helena, como siempre :3
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