sábado, 20 de noviembre de 2010

Me compró una tormenta después de sacarme el abrigo

Con la espalda mojada no hay nada peor que soñar.




La conocí dos amaneceres antes de que la luna perdiera su nombre. Fue ella la que me enseñó a respirar. Fue quien me enseñó a volar.

Y que las personas dejan marca.

Y las marcas, cicatrices,

y las cicatrices, noches de pupilas dilatadas y pies fríos.


Ella se subió a mi espalda, me acarició el pelo, me besó en la oreja.


Poco a poco, me fui acostumbrando a su presencia.


A su mirada.


A sus suspiros.


A su risa. A su sonrisa.


A sus latidos.


Me gustaba su forma de ser, pero más me gustaba su forma de no-ser. De evadirse de la realidad. De evadirme del mundo.


Y un día acabó,


Y el portazo sonó como un signo de interrogación.

1 comentario:

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