
La miré fijamente, analicé meticulosamente la partícula de H2O que resbalaba lentamente por su mejilla y la recogí antes de que cayese sobre la mesa. Saqué una botellita pequeña y la deposité con sumo cuidado. Luego la examiné a contraluz.
-Vaya, ya casi la mitad, ¿eh?
Desvió la mirada.
+¿Qué es lo que quieres?
-Que no sufras.
Entonces sonó una carcajada que hizo que se me pusieran los pelos de punta.
+Tarde, doc.
Y seguimos removiendo la taza de café en silencio.
Cayese*
ResponderEliminarEn lo que va de día he leido esta entrada tantas veces que me duelen los párpados y las palabras se me quedaron tatuadas en las pupilas... Me encanta, porque ahora luzco de tatuajes de un pasado bucanero. De esos que ni las lágrimas ni el tiempo borran y que siempre arrancan sonrisas. Porque eso consigues siempre.
ResponderEliminarQuieras o no, cada vez que leo las últimas líneas de este texto los recuerdos bailan en la memoria. Y me hacen cosquillas.
Es entonces cuando sonrio.
Y cuando se me agota la sonrisa, sólo entonces, me doy cuenta de lo que tengo, de lo que NO puedo perder.
Gracias Helena, por todo y más.
Gracias por la ayuda de ayer, y la de mañana.
Te debo varias.
Te quiere, Pau