viernes, 4 de junio de 2010

Tenía manos finas y ceniza en la mirada.

Y la cascada de pelo rubio que le caía delicadamente sobre los hombros, comos si fuese una película de fina lluvia sobre el cristal, acentuaba su palidez, que rayaba en lo enfermizo.
Nadie la conocía. Nadie había hablado jamás con ella.
Desde su casa, cada tarde a las nueve, salía la misma melodía de su ventana.
Y yo me enamoré perdidamente de aquel Hey Jude.

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