viernes, 7 de septiembre de 2012

Monstruos.

Anoche recordé un libro que solía leer de pequeña. "El domador de monstruos", se llamaba. Trataba de un niño que se enfrentaba a su miedo, los monstruos, de la siguiente manera: cuando uno de esos seres invadía su cuarto y lo paralizaba de terror, él invocaba con su imaginación a otro todavía más escalofríante, feo, grande, repugnante y terrorífico para que asustara al primero. Repetía el proceso una y otra vez hasta que perdía su miedo.
Inconscientemente, empecé a imaginar. Divagando, me vi delante de un gran precipicio, invocando a un político más corrupto, insensible, menos empático y con más ganas todavía de robar.

Y me estremecí.

Los que tienen nada quieren algo, los que tienen algo quieren todavía más. Para pretender el mundo es largo, para conformarse se a inventado el jamás. 
-Silvio Rodríguez: Y Mariana.


domingo, 2 de septiembre de 2012

Mi primer amor.

Nunca pensé que tan poquita cantidad de una bebida pudiese quemar tanto. Dejé caer el vaso en la mesa justo depués de aquel largo trago y sentí como me ardía la garganta. Los ojos se me volvieron a empañar de lágrimas y agradecí el ambiente tenue de aquella habitación. Su voz, ronca, áspera, me devolvió a la realidad. Todavía conservo impolutas en la memoria aquellas palabras, resistieron al paso de los años tan puras como mi inocencia aquella noche de octubre. "¿Todavía duele?" fue lo que me dijo. Asentí. El viejo se giró hacia la barra y le indicó al camarero, que me miraba con preocupación, que me pusiera otro vaso. Juraría que, de no haber sido los únicos clientes de aquella noche, se habría negado a hacerlo.

El segundo vaso me supo a fuego.

Al levantar la cabeza, me encontré con sus ojos transparentes, me miraba fijamente. Sonreía. SONREÍA. ¿Por qué demonios sonreía? Quise pegarle un puñetazo, pero me contuve. No sabía hasta qué punto me afectaría aquella substancia. No sé cuánto tiempo tardó en volver a hablar.

-Hijo, hazme caso, no merece la pena.

-¿Y eso cómo lo sabes?-respondí, con agresividad, herido.


-Digamos que sólo hay dos tipos de personas en este mundo: los que dedican su vida a contemplar, y los que la dedican a contemplarse.