domingo, 25 de septiembre de 2011

La segunda estrella a la derecha


-¡Qué desgracia, querida!¿Lo has visto? Ahí, tirado en el asfalto, con esas viejas mayas como único abrigo...¡Santo cielo!¿No tendrá padres? Bueno, es evidente que no...o eso o lo abandonaron, o yo qué sé, tampoco tengo la menor intención de indagar en ese sin duda siniestro tema. ¿Sabes? La vecina del quinto lo vio una vez borracho hasta las orejas intentando escalar un edificio y gritando a los cuatro vientos que había perdido su sombra. ¿Te lo imaginas, querida?¡Qué horror! Para colmo, el otro día vi a nuestra pequeña hablando con él, y me preocupa sobremanera...Además, sospecho que les ha hablado a los niños de él, porque el otro día, mientras llevaba a Miguel al colegio, me habló del "chico que podía volar". ¡Volar!¡Qué locura! A saber qué se mete al cuerpo ese pobre desgraciado para pensar eso, lo vi con una jeringuilla en la mano el lunes pasado, además de jugando con su mechero...creo q
ue hasta le puso un nombre...uno muy ridículo, pero del que no me acuerdo...Dios mío, querida, ¿lo has pensado por un momento?¡Qué disgusto!...


¡La pequeña Wendy enamorada de un yonki!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Las matemáticas en naranja.

Cuando terminó, se echó para atrás en la silla y respiró hondo. Luego contempló su creación. Todos esos colores, arremolinados y sin apenas sentido parecían darle vida al papel. Las letras, todas escritas con la misma tinta, se entremezclaban formando palabras cuyo significado no quería entender. No sabía si reír o llorar cuando comprobó que, en realidad, su obra de arte no era mas que el horario con más asignaturas de todos sus años de instituto.
Apoyó los codos en la mesa y la cabeza sobre sus manos mientras decía para sí mismo:




-La próxima vez lo haré en escala de grises.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Las niñas ya no quieren ser princesas,


se conforman con un beso amargo a los 14 y un e-mail a los 16.
Luego huyen.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Había una vez una fuga de agua

-Menuda mierda. Vuelve a ser ella, sí, no me pongas esa cara, ya sé que es la tercera llamada que nos hace en lo que va de semana. Y todavía no es más que miércoles, joder. Odio a esa vieja, y claro, como está forrada, no podemos decirle que no, ya te imaginas. Aún encima que tenemos que desplazarnos hasta el medio del monte, que no hay carreteras, y mitad del camino lo tenemos que hacer con éstas piernas que Dios nos ha dado, no lo entiende, no le cabe en la cabeza que, por mucho que nos llame, y nosotros intentemos ayudarla, no podemos hacer nada con esas tuberías de regaliz.


Pero, claro, como somos los nuevos...

miércoles, 7 de septiembre de 2011

-Pero si apenas me conoces.

-Sí que te conozco. Eres como yo:


son las dos de la mañana y no sabes a dónde ir.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Y vivieron felices y comieron lechuga.



Cuando mi abuelo cumplió sus setenta y todos, como a él le gustaba decir, yo apenas gozaba de los años que me cabían en una mano y dos más de la otra. Sentada en su cama, me pidió que le contara un cuento. Me encantaba ese ritual: me ponía el pijama y le narraba lo que se me ocurría. Acababa durmiéndome yo del puro agotamiento. Por arte de magia, siempre amanecía en mi cama al día siguiente, bien tapada y cerrada la puerta.
Aquella noche, sin embargo, me decanté por un clásico, y decidí entretenerle con La Bella Durmiente. Él se dio cuenta en seguida, porque levantó la cabeza y me reprochó que si ya estaba yo con esos cuentos tan tristes que me enseñaba la abuela. Cuando, desconcertada, le expliqué que aquel cuento terminaba con un final de los felices, me sonrió, traspasándome con la mirada, y me dijo:

-¿Final feliz, dices? ¿Feliz para quién exactamente?A mi no me engañas. ¿Acaso las perdices son felices en ese cuento? ¡Virgen santa!¡Deben de estar ya en peligro de extinción!

Would you hold my hand...


if I saw you in heaven?


Caminaban muy juntos, uno al lado del otro, evitando por todos los medios cruzar miradas. Ya era tarde, y el neón hacía su presencia en la casi vacía calle de la ciudad. Ella llevaba su vestido de flores, aquel que se le ceñía tanto a su cintura que arrancaba a su padre un gruñido de desaprobación y a él una taquicardia incontrolable cada vez que salía del armario. En nada comenzaría mayo, al fin y al cabo. Su casa apenas quedaba a dos calles de donde se encontraban, y él no pudo evitarlo. No podía esperar más. Quería disfrutar con ella aquel verano de 1986 que se acercaba ya a pasos agigantados, cansado de esperar siempre el momento perfecto para luego rechazar todos. Y se dijo que no había tal instante, que no existía, que en realidad, todos los momentos son idóneos para eso. Casi con furia, la atrajo hacia sí y la besó. Cien años no hubiesen bastado para borrar de su memoria la sonrisa que puso ella al separarse.
Fue entonces cuando, muy lentamente, y sin decirse nada, se dieron la vuelta para continuar caminando, sin atreverse todavía a cogerse de la mano.
Prometía aquel verano.

El 26 de abril de aquel año, Chernobyl vivía la mayor catástrofe nuclear hasta el momento.


Tres meses después, ella sí se atrevía a sostenerle la mano mientras a él se le escapaba la vida en aquella cama. No quedaban ya palabras que decirse, no quedaban ya lágrimas que llorar, no quedaban ya días de verano a los que agarrarse, ni besos que dedicarse, solo una leve caricia antes de quedarse sola.
Suspiró y salió a la calle, esperando a que llegase su momento, después de todo, ya nadie se libraba en aquella maldita ciudad.


Would it be the same, if I saw you in heaven?

No sé

despertarme de buen humor, escribir relatos conmovedores, tocar la guitarra, jugar al fútbol, saltar con pértiga, arañarte el corazón, cantar ópera, callar con un beso, callarme, hacer que llueva y viajar en el tiempo.

Pero sé lavarme los dientes de maravilla.